martes, junio 19, 2007

París, esa metáfora

" ¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentrífico".


* Foto tomada sobre el Pont des Arts. París, junio 2007.
** Primeras lìneas del capítulo 1 de Rayuela, Julio Cortázar (1963).

domingo, junio 10, 2007

Próxima estación: Argentina


La línea 1 –la amarilla-- del arácnido metro de París rebana a la ciudad horizontalmente en dos. Nace en el histórico Chateau de Vincennes, al este, casi en el suburbio y luego, a mitad de camino, en la Gare de Lyon, empieza a acompañar al Sena, en lo que sería la comisura izquierda de esa mueca amarga que dibuja el río en el hermoso rostro de París.
Así hasta Concorde, justo debajo de la plaza-emblema que lleva ese nombre, donde empieza su rumbo al norte, a la punta posmoderna parisina, al lugar donde el futurismo acaba con la magia: La Défense, el “barrio” yuppie, el centro financiero.


Hacia ese lugar iba el turista (a conocer el Gran Arco, una construcción alucinada y alucinante que está alineada perfectamente con el del Triunfo, unida por la avenida Charles de Gaulle, que después del monumento napoleónico se transforma en nada menos que la Champs Elysées), distraido ahora en lo que él consideraba el mejor reflejo de la capital hoy (“al menos hasta que el racista de Sarkozy lo destruya”): sobre el caño, una encima de la otra, una mano negra, blanca y otra más blanca.


El ensimismamiento y la reflexión del turista terminaron cuando la voz predeterminada y femenina del metro anunció la próxima estación con letras conocidas para él: “Argentine”.
Entonces, aunque no sabía bien por qué, el visitante no dudó y bajó. A pesar de la propaganda de Benetton en vivo que lo tenía tontamente perplejo, a de que más allá esperaba La Défense, y de que dos ojos turquesas invitaban en silencio a continuar el viaje.


Pero era el mismo andén de siempre, con las mismas publicidades pegadas en las paredes (Al Jarreau toca en julio, Cabaret se reestrena en Montmartre, y Nadal, dueño de Roland Garros, vende ropa Niké); nada, salvo el nombre de su país escrito con letras blancas, en francés, sobre un cartel azul. A pesar de la primera duda, el viajero atravesó todo el andén antes de cruzar la vía y volver en busca del destino original. Pero cerca del final del pasillo, donde debe quedar el principio del tren en cada frenada, la pared semicircular dejaba sus típicos mapas para mostrar imágenes recurrentes en su inconsciente del momentáneo exilio: la pampa amanecida y sus ovejas, chapas multicolores de Caminito, dos piernas entrelazadas en una melodía de bandoneón, cataratas, glaciares y el verde de un cactus alterando los siete colores del cerro. Todo junto se mostraban delante de una chica que parecía estar mirando adentro suyo más allá de esas ventanas y del cofre de vidrio que un par de metros más allá encierra el busto de Don José de San Martín del Bronce. El viajero miró al prócer, hizo una mueca como satisfecha –seguramente porque recordó que una semana antes, en Berlín, el señor libertador se posaba firme frente a la Biblioteca Nacional—y siguió para volver a la Défense.


Al subir de nuevo al tren, después de que la voz de la mujer incierta anunciara “Porte Malliot”, el turista río y le dijo, sin importarle el obstáculo del idioma, al señor rubio de traje azul que compartía su asiento: “Está bien, tenés razón. En el fondo, que el único homenaje que encuentre en Francia a mí país sea bajo tierra no es ninguna paradoja”.


Y apoyó su cabeza contra el vidrio.