

1. Es tan obvio como innecesario escribir en este blog más de tres líneas sobre la muerte del asesino Pinochet. Las únicas muertes para recordar son las dignas.
2. Así que voy a contar que estuve mirando la tele. Y tuve una experiencia única. Mi vertiginoso zapping se vio interrumpido por la cara de un Tinelli conmovido lagrimeando entre melodías de violín. Ahí paré y me puse a mirar. ¿Qué es lo que se elogia y lo que se critica de un programa de televisión? ¿Desde qué punto de vista? ¿Desde qué lugar?
3. Hace poco, en un reportaje, alguien me dijo que si a la gente le ponés algo interesante desde lo cultural lo va a mirar y así aprenderá. Es tan cierto como que por algo ponen lo que ponen. Digamos, la televisión tiene los televidentes que se merece (y que merecen los anunciantes). Y viceversa.
4. Entonces me siento de espaldas a mí. “Bailando por un sueño”, ese programa que nutre a toda una grilla de televisión (pensar en “no muerdas la mano que te da de comer”), es maravilloso. Su puesta en escena es una composición perfecta pensada con maestría para esos televidentes merecedores. La música épica (el trabajo del musicalizador es brillante), los abrazos tiesos, las lágrimas de todos (ganen o pierdan), el silencio, la impaciencia, los colores llamativos, el traje oscuro del que manda, la palabra “sueño” y el juego a la confusión. Y más: la toma de partido de los otros, la pelea, la amistad y la compasión de y hacia la víctima.
5. Es que hay tanta inteligencia detrás del show que todos disimulan la para nada sutil diferencia entre un sueño y una necesidad. Es la miseria de la condición humana transmitida con precisión.
6. Así que cambio de canal. Prefiero que no me subestimen.