viernes, mayo 29, 2009

Dios mío

Hace unos días, la espantosa novela del presunto abusador de menores, el padre Grassi, tuvo otro de esos capítulos absurdos. La Justicia había decidido mover a los chicos de un hogar de su fundación (Felices Los Niños, ja) por todo lo que ya sabemos y porque, además, ahora se supo que en septiembre un nene de ocho años quiso suicidarse con el cable de un teléfono porque intentaron (o lo consiguieron) abusar de él (un chico que ya bastante rollo debe de tener con la desgracia de no estar haciendo los deberes en su casa, con su mamá cocinando).

Como el "aparato" de Grassi reaccionó, alimentado por personajes como Portal, Mariano Grondona y Feinmann (Eduardo, el corrupto "periodista" ladero de Haddad, está claro), y se movilizó bajo el disfraz de "vecinos indignados", la Justicia calmó las cosas y decidió que, momentáneamente, fuera la Iglesia la que quedara a cargo del hogar de Grassi, hasta que pudieran hacer el "desalojo".

Lo interesante es el fallo de la jueza -que llegó a mis manos por cuestiones laborales-. Allí, más o menos, decía que se le daba la guarda a la Iglesia por "tener autoridad moral necesaria".

A la misma Iglesia que no excomulgó a Grassi, a pesar de estar acusado de 17 hechos hechos de abuso sexual, corrupción de menores y amenazas.

A la misma Iglesia que hoy, a través de un cardenal español, Antonio Cañizares, dijo que el aborto no es comparable con la pedofilia: "quitarle la vida a uno es más grave que originarle unos traumas".

"Unos traumas".

Eso, para no hablar de Von Wernich.



martes, mayo 26, 2009

Engaños

"El discurso de De Narváez es como una ilusión; como una película de Tim Burton, pero mala".

Diego Capusotto

miércoles, mayo 20, 2009

Berger otra vez

No sé bien por qué pero asocio a John Berger con el ínfimo recuerdo que tengo de las calles más antiguas de Barcelona. Creo que la polémica encadenación entre el pensador londinense y esa postal casi medieval de la ciudad se estableció en mí tras una lectura, un texto onírico, profundo, melancólico sobre su madre (uno de los varios), en uno de sus últimos libros publicados.

No tengo idea por qué me imaginé a la madre de Berger idéntica a Asunción, una bella anciana que conocí en Barcelona. Ella estaba sentada frente a una iglesia, abrigada por un tapado de piel marrón, con el pelo blanco y los labios rojo oscuro, que al ver que le estaba sacando una foto me sonrió encantadoramente, detrás de sus anteojos y sus arrugas y bajo un paraguas del mismo color que su boca. Asunción me contó varias cosas, hablamos un rato, pero lo único que recuerdo ahora es que fue reina de belleza de su pueblo (Barcelona) a los 14 años. Que era guapísima, eso tal vez lo recuerdo pero no me lo contó. También puedo sentir ahora su olor, su olor de vieja digna, un mismo perfume que, como tantas otras cosas, lleva décadas impregándose en su piel.

Hoy volví a leer a Berger. Apenas unas páginas de un libro que se llama (que tradujeron) "Cada vez que decimos adiós", editado por De la Flor.

"...Se también en ese caso que los poderosos le temen al arte, cualquiera sea su forma, y que esa forma de arte corre entre la gente como un rumor y una leyenda porque encuentra un sentido que las atrocidades no encuentran, un sentido que nos une porque es finalmente inseperable de la justicia".

viernes, mayo 01, 2009

Creer (en algo)


J. G. Ballard
1930-2009


Creo en el poder de la imaginación para rediseñar el mundo, para liberar la verdad que vive dentro nuestro, para contener la noche,para trascender a la muerte, para encantar a las autopistas, paracongraciar a los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.

Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de un balneario desierto, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos para coches de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.

Creo en las pasarelas olvidadas de Wake Island, que apuntan al Pacífico de nuestras imaginaciones.

Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de susfosas nasales y el brillo de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos, en las sonrisas hechizadas del personal de las estaciones de servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher siendo acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de servicio tuberculoso.

Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus imaginaciones, tan cercana a mi corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con las encantadas cintas de las cajas de supermercado;en su cálida tolerancia a mis perversiones. Creo en la muerte del mañana, en un tiempo exhausto, en nuestra búsqueda de un nuevo tiempoen las sonrisas de las azafatas y los ojos cansados de controladores aéreos en aeropuertos fuera de temporada.

Creo en los órganos genitales de los grandes hombres y las grandes mujeres, en las posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Lady Di, en los dulces hedores que emanan de sus labios cuando se ponen frente a las cámaras de todo el mundo.

Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la locura de las flores, en la enfermedad guardada para la humanidad por los astronautas del Apollo.

Creo en nada.

Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer, DeChirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, Cheval, las Watts Towers, Boecklin, Francis Bacon, y todos los artistas invisibles que están en instituciones psiquiátricas del planeta.

Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de lageometría, en la crueldad de la aritmética, en las intenciones asesinas de la lógica.

Creo en las mujeres adolescentes, en su corrupción por la propia postura de sus piernas, en la pureza de sus cuerpos desordenados, en los rastros de sus genitales dejados en baños de moteles gastados.

Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que alguna vez ha volado, en la piedra arrojada por el niño pequeño que lleva consigo la sabiduría de hombres de estado y parteras.

Creo en la amabilidad del escalpelo del cirujano, en la geometría sin límites de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la cháchara de los planetas, en lo repetitivo de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.

Creo en la luz que las grabadoras de video proyectan en las vidrieras de los negocios, en los conocimientos mesiánicos de los radiadores de los coches de showroom, en la elegancia de las manchas de aceite en los hangares de los 747 estacionados en aeropuertos.

Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro, en las infinitas posibilidades del presente.

Creo en la degeneración de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge,Kafka.

Creo en los diseñadores de las pirámides, del Empire State Building, del Fuehrerbunker de Berlín, en las pasarelas de Wake Island.

Creo en los olores corporales de Lady Di.

Creo en los próximos cinco minutos.

Creo en la historia de mis pies.

Creo en las migrañas, el aburrimiento de las tardes, el miedo a los calendarios, la traición de los relojes.

Creo en la ansiedad, la psicosis y la desesperación.

Creo en las perversiones, en el enamoramiento con los árboles, en las princesas, los primeros ministros, las estaciones de servicio abandonadas (más hermosas que el Taj Majal), las nubes y los pájaros.

Creo en la muerte de las emociones y el triunfo de la imaginación.

Creo en Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.

Creo en el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la fiebre y lafatiga. Creo en el dolor. Creo en los chicos.

Creo en los mapas, los diagramas, los códigos, los juegos de ajedrez, los acertijos, la tabla de horarios de las aerolíneas, los indicadores de los aeropuertos. Creo en todas las excusas.

Creo en todas las razones.

Creo en todas las alucinaciones.

Creo en todas las furias.

Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.

Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la amabilidad de los árboles, en la sabiduría de la luz.