miércoles, mayo 20, 2009

Berger otra vez

No sé bien por qué pero asocio a John Berger con el ínfimo recuerdo que tengo de las calles más antiguas de Barcelona. Creo que la polémica encadenación entre el pensador londinense y esa postal casi medieval de la ciudad se estableció en mí tras una lectura, un texto onírico, profundo, melancólico sobre su madre (uno de los varios), en uno de sus últimos libros publicados.

No tengo idea por qué me imaginé a la madre de Berger idéntica a Asunción, una bella anciana que conocí en Barcelona. Ella estaba sentada frente a una iglesia, abrigada por un tapado de piel marrón, con el pelo blanco y los labios rojo oscuro, que al ver que le estaba sacando una foto me sonrió encantadoramente, detrás de sus anteojos y sus arrugas y bajo un paraguas del mismo color que su boca. Asunción me contó varias cosas, hablamos un rato, pero lo único que recuerdo ahora es que fue reina de belleza de su pueblo (Barcelona) a los 14 años. Que era guapísima, eso tal vez lo recuerdo pero no me lo contó. También puedo sentir ahora su olor, su olor de vieja digna, un mismo perfume que, como tantas otras cosas, lleva décadas impregándose en su piel.

Hoy volví a leer a Berger. Apenas unas páginas de un libro que se llama (que tradujeron) "Cada vez que decimos adiós", editado por De la Flor.

"...Se también en ese caso que los poderosos le temen al arte, cualquiera sea su forma, y que esa forma de arte corre entre la gente como un rumor y una leyenda porque encuentra un sentido que las atrocidades no encuentran, un sentido que nos une porque es finalmente inseperable de la justicia".

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