viernes, julio 27, 2007

Lejanía



¿Por un hormiguero de albas, por pocos
hilos en los que se enrede
el vellón de la vida y se adhiera
por horas y años, hoy los delfines en pareja
cabriolan con sus hijos? Oh, que yo nunca escuche
nada de tí, que huya del esplendor
de tu mirada. Otra cosa hay en la tierra.


Desaparecer no sé ni asomarme de nuevo; se demora
la fragua bermeja
de la noche, la tarde se hace larga,
la plegaria es suplicio y no ha llegado aún
hasta tí, entre las rocas que emergen,
desde el mar la botella. Vacío, el oleaje
se rompe sobre el cabo, en Finisterre.




Eugenio Montale, En una carta no escrita. De La tempestad y demás (1956).
Foto: Mar Adriático. Lido, Italia (5/07)

viernes, julio 20, 2007

El mundo ha vivido equivocado

"El ocio es la madre de todos los vicios. Pero es una madre y hay que respetarla".
Roberto Fontanarrosa
Rosario, 1944-2007
"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro".

miércoles, julio 18, 2007

El miserable (parte II)

El miserable camina con la cabeza baja, mirando el piso pero no el suficiente tiempo como para no medir el movimiento de los demás; ese que puede hacerlo retroceder en la carrera.
El miserable, por cierto, corre una carrera miserable. Los que luchan no compiten. Compiten los que lloran el llanto de la lástima. El miserable acepta y no piensa, construye demoliendo, te come la última porción.
El miserable habla bajito para llamar la atención, te ronronea como un gato gris, pone el lomo para que le rasquen.
Tengo un espejo enfrente: el miserable está detrás de nosotros.
Y ataca por la espalda.

lunes, julio 16, 2007

Posdata

"Resulta que uno siente que algo se queda entre los dedos, que algunas palabras andan todavía por ahí buscando acomodo entre frases, que uno no acaba de vaciar los bolsillos del alma, pero es inútil, no habrá posdata que abarque tantas pesadillas... y tantos sueños..."

martes, julio 10, 2007

Nieve como la gente


1. Y sí, ver nevar en Buenos Aires trae el mismo goce absurdo y tiene la misma i-lógica que caminar por una ciudad con calles de agua. Nuestro placer es breve, momentáneo, pero tiene todos los matices del placer. Y eso es suficiente. El Once nevado es digno de un guión de la dupla Capusotto-Saborido tanto como un abrazo enamorado bajo los copos y sobre el pasto blanco en Plaza de Mayo puede serlo para Michelangelo Antonioni. Al fin y al cabo, esta ciudad es un poco eso: mito, delirio y belleza platónica.

2. Pero de ahí a festejar. ¡Festejar! Al ver al señor de Lomas de Zamora "tomar nieve" prácticamente desnudo sentado en una reposera, un amigo me dijo: "sí, yo lo pondría en la tapa de los diarios, pero con el título 'Nevó sobre un boludo'". La gente (siempre en estos casos es "la gente") gritó, saltó y hasta fue al Obelisto como si se tratara de una gesta popular o el triunfo en el Mundial. ¿Qué tipo de excitación emotiva genera en los hombres y mujeres de esta ciudad ver nieve caer? ¿O es que nos han menospreciado tanto que aspiramos a la felicidad a partir de ver caer un cristal de agua sobre nuestro jardín?

3. "La gente celebró en las calles", dicen las tapas de los diarios. Y es cierto.

4. Sospecho entonces que los medios no se refieren a los que "viven" sin plata para una estufa, o bajo la autopista, o en casas con piso de tierra. O a los que duermen entre cartones con tres pantalones y cuatro sacos agujereados, bajo un banco viejo de madera verde en Constitución.

5. No, me respondo; la "gente" celebró.
*Foto tomada por el fotógrafo Mario Quinteros.

martes, julio 03, 2007

Lo bello y lo triste


Lo encontré sin buscarlo pero inevitablemente: era el único lugar abierto a esa hora de la madrugada en Tilcara. El aire tan helado, la sombra del cerro negro, la noche clara, todo eso de lo que me habían hablado estaba ahí y me tenía un tanto abstraído de mí mismo. Caminaba con la barbilla erguida. Pero hacía frío así que enseguida entré al lugar de las luces amarillas. No recuerdo el nombre; pero sí que sólo dos mesas estaban ocupadas, por una mezcla equitativa de franceses y tilcareños.
Con el codo sobre la barra un borracho balbuceaba bajito y miraba, como todos, al hombre que estaba sentado en un tablón largo pegado a la pared y que jamás sacaba sus ojos rasgados de la guitarra; salvo que fuera para encontrar el vaso de vino o para agradecer con una sonrisa casi impercetible los elogios como familiares.
Su manera de tocar tenía la cadencia que tiene todo en la Quebrada de Humahuaca.
Cada tanto, los chicos que estaban sentados a su derecha (serían dos o tres) llevaban el sikus a los labios y soplaban ecos ancestrales para acompañarlo. En otros momentos, el hombre de la guitarra sorprendía: Par mil, de Divididos, y Blackbird, esa mítica canción del Albúm Blanco de los Beatles. Se escuchaba la manera de rasguñar las cuerdas, cómo respiraba por la nariz, o sentía esa música lejana tanto como la suya, la nuestra, a través del trance de sus gestos. No recuerdo si entonaba con la voz esas canciones, o sí sólo emprendía el viaje a través de la melodía y eran los presentes los que lo acompañaban.
Apenas después del paso por el rock, alentó el baile improvisando dos sambas y tres chacareras. Y los tilcareños invitaron a bailar a los franceses, y la barra quedó vacía de borrachos y todo en el pequeño espacio entre las mesas pareció una orgía exótica pero sin tacto.
El hombre de la guitarra sonreía satisfecho, siempre con los ojos sobre el diapasón, como todas las veces, todos los años que volví a cruzarme con él en el bar que estuviera abierto. Mirando cómo sus dedos hacían lo de siempre, lo de cada noche, un poco por gusto, un poco porque era todo lo que él podía dar; nada menos que música.
“En la Puna cada ruido merece su atención. Yo los escucho, me inspiro y los musicalizo”, leí que dijo alguna vez.
Ricardo Vilca murió el 19 de junio en San Salvador de Jujuy, días después de ser internado.