domingo, diciembre 24, 2006

martes, diciembre 19, 2006

Palabras


“Deja que la palabra sea humilde,
que sepan que el mundo no empezó con palabras, sino con dos cuerpos abrazados, uno llorando y el otro cantando”.
Lê Thi Diem Thúy


Pensaba escribir esta vez sobre un piano y la lluvia o sobre cómo algunos “bien educados” desperdician la comida. De hecho, lo voy a hacer. Pero no ahora. No, porque desde el domingo a la medianoche, cuando salí del cine, permanezco obsesionado con algo, pienso permanentemente en la magia de “La vida secreta de las palabras”, la nueva película de la notable catalana Coixet.
No me gusta contar una película (algo que adoran los reyes del Yo, de oficio “críticos”). Será por eso, ahora pienso, que esta es la primera vez que aquí se escribe sobre cine. Pero esta ocasión es especial. No se trata sólo de cine: acá hay algo más.
De lo que no estoy seguro es de por qué. Ya que no es el primer --ni mucho menos el único-- film donde estremecen los diálogos tanto como las actuaciones (sobre todo la de Tim Robbins), donde la fotografía y la música se embellecen a sí mismas, donde la metáfora es pura sutileza, donde la literatura está tan cariñosamente tratada.
Aunque puede que encuentre una diferencia con el resto: creo que jamás vi una donde el humor sea amor y el horror sea amor y todo sea amor.
Y las palabras (y su ausencia), la cicatriz del silencio.

En el torrente de obsesión en que me sumergí en el post-domingo leí lo que el magnífico escritor John Berger (a quien la película lo homenajea abierta e implícitamente, y en este caso también lo hace con Cortázar) reflexionó sobre esta obra de arte. Una parte del extenso texto dice lo siguiente: “La película trata sobre el deseo que subyace a la idea de que la vida es un regalo. Pero estoy usando palabras grandilocuentes. Mejor escuchar las pequeñas palabras de la película; lo dicen todo.”

Y ya no tengo más nada para decir.

martes, diciembre 12, 2006

Los vivos y los muertos



1. Es tan obvio como innecesario escribir en este blog más de tres líneas sobre la muerte del asesino Pinochet. Las únicas muertes para recordar son las dignas.
2. Así que voy a contar que estuve mirando la tele. Y tuve una experiencia única. Mi vertiginoso zapping se vio interrumpido por la cara de un Tinelli conmovido lagrimeando entre melodías de violín. Ahí paré y me puse a mirar. ¿Qué es lo que se elogia y lo que se critica de un programa de televisión? ¿Desde qué punto de vista? ¿Desde qué lugar?
3. Hace poco, en un reportaje, alguien me dijo que si a la gente le ponés algo interesante desde lo cultural lo va a mirar y así aprenderá. Es tan cierto como que por algo ponen lo que ponen. Digamos, la televisión tiene los televidentes que se merece (y que merecen los anunciantes). Y viceversa.
4. Entonces me siento de espaldas a mí. “Bailando por un sueño”, ese programa que nutre a toda una grilla de televisión (pensar en “no muerdas la mano que te da de comer”), es maravilloso. Su puesta en escena es una composición perfecta pensada con maestría para esos televidentes merecedores. La música épica (el trabajo del musicalizador es brillante), los abrazos tiesos, las lágrimas de todos (ganen o pierdan), el silencio, la impaciencia, los colores llamativos, el traje oscuro del que manda, la palabra “sueño” y el juego a la confusión. Y más: la toma de partido de los otros, la pelea, la amistad y la compasión de y hacia la víctima.
5. Es que hay tanta inteligencia detrás del show que todos disimulan la para nada sutil diferencia entre un sueño y una necesidad. Es la miseria de la condición humana transmitida con precisión.
6. Así que cambio de canal. Prefiero que no me subestimen.