jueves, septiembre 04, 2014

La naturaleza de Gustavo Cerati (pequeña anécdota)

Cerati en esa fiesta de Año Nuevo (foto de mi compañero Diego F. Otero)
En el verano de 2009 me tocó la "glamorosa" tarea de escribir para el diario sobre el verano en Punta del Este. Eso significó que noche por medio me invitaran a fiestas que nada tenían que ver conmigo y que, por eso, resultaban interesantes por bocha de motivos: alcohol de altísimo nivel, que te cocinara Francis Mallmann, que Pancho Dotto te invitara a la fiesta en su casa (y todo lo que eso implicaba para la vista y la fantasía), escuchar cantar para vos y 30 más a Bebel Gilberto o ver al pelotudo de Alan Faena pasear toda su impunidad. Pero lo que más me gustaba de ir a esas fiestas, y casi el motivo principal por el que iba, era sin dudas que me iba a encontrar con Cerati. La primera vez que lo vi fue en la fiesta de Año Nuevo. Obviamente, no pude evitar que el primer cruce de miradas implicara pedirle una nota, para algo, en el fondo, estaba yo ahí. Con total gentileza me respondió: "Disculpá, pero estoy en otro plan".
Ese "otro plan" implicaba cobrar una suma alucinante de dinero por ir a esas fiestas, visitar asiduamente los baños con algunos de sus amigos, ningunear a su novia de entonces, Leonora Balcarce, quien atravesaba cada noche con cara de aburrida y abandonada. En una de esas noches, precisamente en la casa de Dotto, lo vi caerse de una especie de andador eléctrico y romperse el hombro. "Ay, boludo, me hice mierda", gritó más humano que nunca.
Sin embargo, a pesar de toda la narco fashion frivolidad, nunca dejó de parecerme un tipo cautivante, imposible de no seguir un poco con la mirada cada vez que andaba cerca. En definitiva, era el creador de la banda de sonido de mi adolescencia, el tipo que todavía me volvía loco con sus discos solistas y su vanguardia guitarrera (porque además era el mejor guitarrista de rock del país. O uno de los mejores tres).
Todo esto que cuento es bastante aburrido pero sirve como intro para describir en pocas líneas el último gesto que vi de él tan de cerca y fue el gesto más humano y más natural y por todo eso, más hermoso y esperanzador. Estábamos en una fiesta "exclusiva" en una casa de José Ignacio con pileta y el que pasaba música era Leandro Fresco, en aquel entonces el tecladista de su banda. Yo estaba de espaldas a la gente, esperando que una modelo bestial que hacía de bartender me sirviera una caipiroska cuando empezó a sonar Persiana americana. 
Como siempre que la escucho empecé a cantarla en voz baja mientras agarraba el décimo vaso de caipi y giraba 180 grados para mirar a Fresco y escuchar mejor esa versión remix del clásico de Soda.
Entonces, entre el DJ y yo, o mejor dicho, entre la pileta que separaba al DJ de todos nosotros y yo, estaba Cerati. Parado muy canchero, con una pierna cruzada detrás de la otra, apoyado así con su punta, como sólo una mega estrella del rock podía pararse. Y lo miré y me miró y de repente no parecía Cerati si no un fan de Soda. 
Como yo, como todos los que estábamos ahí, Gustavo Cerati cantaba bajito Persiana americana y sonreía. Cantaba su canción para él mismo. Y un poco, me gusta creer, también para mí.