lunes, junio 21, 2010

Te invito a mi fiestita

El otro día me llegó un mail de gente amiga. Y ya el subject me angustió: "fiesta de disfraces". Me deprimen terriblemente las fiestas de disfraces: primero porque no entiendo cuál es el motivo (ni en Carnaval) de camuflarnos para divertirnos, si es que damos por entendido que en la fiesta a la que nos invitan nos está garantizada la diversión (y de hecho, este no era precisamente el caso).
Ni si quiera respondí.

¿Pero por qué tengo que ir disfrazado del Chapulín colorado si puedo disponer de la comodidad cotidiana del jean y las Converse? Y eso que no quiero hablar de aquellos que ¡alquilan! disfraces renunciando de esa forma incluso a la creatividad, único argumento posiblemente válido, pero absolutamente extinguido en nuestra sociedad-consumidora-de-fiestas-de-disfraces (el que va a una fiesta de disfraces no es creativo, es una verdad indiscutible esa). De última, puedo entender una fiesta de disfraces entre actores, personas que necesiten no salir del rol, personas que tomen como algo normal un acontecimiento absolutamente anti natural. Si querés disfrazarte, hacete actor.

Además, hay algo más profundo de las fiestas de disfraces que me inquieta, diría que hasta me enfurece: la discriminación. Las fiestas de disfraces son segregacionistas. ¿Alguien se anima a hacer la prueba de ir a una fiesta de disfraces sin disfraz? ¡Cuántos van a ser los oportunos que te deliren o que simplemente te pregunten por qué tu no-atuendo, cuántos serán los que te traten de aburrido! ¡Aburrido! Son los mismos que te tratan de aburrido porque te gustan las películas en blanco y negro, porque leés a John Berger o escuchás algo que no sea reggaetón.
Entonces, si no te gusta disfrazarte, te invitan en realidad a que no vayas, te expulsan de la presunta diversión.

No entiendo las fiestas de disfraces.
De hecho, suelo ir sólo a una clase de fiestas de disfraces: los casamientos.