miércoles, enero 23, 2013

Mi sueño de hoy


Un sueño de luz, como un amanecer
no pasará al olvido... 
Luis A. Spinetta



Hace dos o tres días soñé que mi amigo Juan Carlos Diez, Luis Alberto Spinetta y yo íbamos arriba de un auto, él atrás, y Juan en el asiento del acompañante y yo manejaba. Andábamos por Sarandí y charlábamos de cosas que no recuerdo. Hasta que en un momento frenamos en la esquina de Mitre al 2500, frente a mi escuela primaria, en la puerta de un edificio que está tomado desde hace décadas. Me doy vuelta, lo miro y le pido que me cuente recuerdos de su infancia en el barrio.
El Flaco estaba sentado en el asiento medio acostado, con el culo bien adelante, y tenía los rulos crecidos y cierto aire de juventud, como si fuera la tapa de Pelusón of Milk. Yo le pido entonces que me cuente sobre su infancia en el barrio. Pero el barrio no era su Bajo Belgrano natal, real; era Sarandí, mi barrio natal. Aunque en el sueño el Flaco había crecido en Sarandí.

Entonces Luis Alberto me mira con esa cara que le vi poner mil veces en la tele o en los recitales y que le habrá puesto un millón de veces a mi amigo Juan, que también era su amigo, tanto que durante cinco años charlaron hasta que Juan armó el bello, imprescindible e inolvidable libro "Martropía, conversaciones con Spinetta". Y con ese gesto, medio de "perdoname que te lo diga" me responde, casi lamentándose, "de eso prefiero no hablar, sabés?". 

Y se arma un silencio, repleto de miradas entre los tres, mientras por avenida Mitre pasaban colectivos y autos y la gente caminaba por la vereda, y ahí me doy cuenta (o tal vez nos damos cuenta los tres) de que el Flaco, en el sueño, está muerto también, y que se subió al auto para viajar un rato con nosotros, y que en un momento u otro se iba a ir y que yo nunca iba a manejar hasta su casa, para dejarlo ahí y quedar en volver a vernos; me doy cuenta de que en el sueño, Juan y yo supimos que ya estaba muerto, pero vivo. Exactamente como ahora y para siempre. 
Entonces le digo "Tenés razón Flaco, lo que pasa que vos y mi barrio están en mi corazón".
Y ahí se acaba el sueño. O mi memoria del sueño.




lunes, enero 21, 2013

Los perros


Janet y Fiona


Una vez, no hace mucho, estábamos con N. en una hermosa zona arbolada de Buenos Aires, tirados sobre un pareo. En un stop de nuestra salida en bici frenamos ahí, tomamos agua y fumamos marihuana y a mí un pájaro, presumiblemente una paloma, por el tamaño de lo que dejó salir, me bañó en su mierda una vez y otra a los 5 minutos de la primera. En la cabeza y el cuello y en la pierna.
Fumados, cagados, y a la sombra de unos sauces llorones en los bosques porteños, nos pusimos a mirar con detenimiento a la gente que paseaba junto a sus perros. Yo le dije a N. algo bastante obvio: que los perros y sus dueños sufren o gozan muchas veces de la mimetización. Se lo dije después de que pasara una rubia alta de músculos torneados al trote junto a su labrador amarillo; corrían como si se los viera en slow motion y HD, como si estuvieran haciendo una publicidad de comida para perros o para rubias, que al cabo es lo mismo. 
Después se nos cruzaron un hombre que caminaba medio encorvado junto a una especie de bulldog avejentado, ojeroso. Finalmente, al rato, venía una pareja con otro labrador, esta vez marrón chocolate, medio hiperquinético, probablemente adolescente, que corría para un lado y otro, que vino y nos chupeteó la cara y se tiró en el pareo y casi mea mi bici (ya, con la mierda de las palomas era demasiada humillación del Reino Animal para un solo día así que lo ahuyenté de un grito que salió de mis genes medievales) y que de en esas vueltas se acercó de manera amistosa a madre e hija y a su caniche blanco con rodete incluido, y cuando la madre vio al labrador lleno de efervescencia juvenil pegó un grito, dio un pequeño salto y alzó con un movimiento de atleta su caniche, que temblaba, aterrado, esperando el mordiscón de un rotweiler que no existía, sin voz para decirle a su dueña "te odio, hija de puta".
Entonces N. me miró, con sus ojos chinos, y me dijo que los perros eran los animales más inteligentes de la Tierra, a excepción de los humanos, que por cierto eran los pobladores más inteligentes de este planeta (lo dijo así). "Los perros la vieron antes que ninguno", se reía N. "Mirá las vacas, entregadas a morir para alimentarnos, no dicen ni mú, salvo en la India y no sé dónde más, las vacas son muy boludas, mientras que los perros la tienen de arriba: los bañan, les lavan los dientes, les dan un lugar en su cama, comida balanceada, los alzan ante el peligro, los llevan de vacaciones, los acarician y hasta les entregan el cuerpo de otro perro para que hagan el amor".
En los últimos tiempos leí en varias publicaciones hermosos textos sobre la relación de los hombres y los perros. En la sección Mundos Intimos, de Clarín, el poeta, narrador y periodista Fabián Casas describió cómo le cambió la vida la relación con Rita: "Rita salta y agarra en el aire el frisbee , Rita duerme a mi lado, Rita me escucha narrarle –propulsado por el whisky nocturno– una historia que posteriormente será un relato para chicos, Rita me despierta apoyándome su pata en la cara para que salgamos a pasear y distingue cuando hago un bolso para irme al trabajo o para ir al Dojo a hacer karate. Suena el motor del ascensor y Rita, por la forma de moverse,sabe que sube un conocido (¿qué percibe, el olor, los ruidos particulares?) pero nunca falla: da la sensación de que Rita tiene wi fi"
En Radar publicaron la carta que escribió en su blog el escritor británico Neil Gaiman cuando murió su perro Cabal: "Eramos una extraña pareja, los dos fascinados y deleitados con el otro. Los dos protectores".
Y también circuló por ahí el texto que nos escribió a los sudamericanos la bella cantante y pianista Fiona Apple, excusándose por no venir, pues su perra se moría y ella quería estar ahí hasta el último segundo. "Es mi mejor amiga, mi madre y mi hija y mi benefactora y es la que me enseñó lo que es el amor. No puedo ir a Sudamérica. No ahora.".
Y yo entiendo a N. y tiene razón, los perros no son ningunos boludos. Pero los humanos tampoco, hay algo en ese relación que supera nuestra capacidad cognitiva, algo ancestral, algo que responde a un instinto que no manejamos y que nos lleva a unirnos a los perros, a buscarnos el uno en el otro y acompañarnos y pasar el rato que son estos años acá, en lo que en una época era el peligroso mundo de los animales salvajes (para el que los perros servirían de alerta y protección) y "ahora", de unos cuantos siglos a esta parte, es el peligroso mundo de nosotros mismos, los hombres y mujeres de la ciudad salvaje.

Hay suficiente tristeza en la vida
por hombres y mujeres para colmar nuestros días
Y cuando sabemos que las reservas rebosan de tristeza
¿Por qué buscamos añadir aún más?
Hermanos y hermanas les pido que reflexionen antes,
De darle su corazón a un perro, para que lo desgarre.
Rudyard Kipling*

*El fragmento es citado por Neil Gaiman en su carta dedicada a Cabal.

lunes, enero 14, 2013

El círculo Darín


Gaby Herbstein


Participar del debate sobre las declaraciones de Darín me parece que sería una muy poco interesante contribución a desviar el foco de las discusiones que realmente importan respecto del país y lo que (nos) pasa. No estoy en contra de la nota en Brando que disparó el quilombo, ni de que se le pregunte lo que sea y responda lo que se le ocurra, y banco a Pablo, amigo en quien confío por su honestidad y capacidad intelectuales (y porque compartimos el Fútbol de los Jueves y algunas Noches Bien Regadas), que fue quien le hizo la nota tan paniqueada por el resto de todos -TODOS- los medios.
Darín volvió a hablar hoy, y aclaró unas cosas, asomó la cabeza por encima de la superficie del tsunami, y hasta dijo, en una ostentación de la consideración por el otro, en el ejemplo más lineal de su relato, que en realidad tenía razón Luppi (releyendo me di cuenta que había escrito "Luppo" y que a Federico le hubiese quedado mucho mejor en su carrera actoral "Luppo" que Luppi) en eso de que "más que ingenuo fue un pelotudo". Fácil es leer lo que dice Luppo como un insulto. Menos, pensar que Luppo y Darín tienen confianza y quién no le dice pelotudo a otro amigo cuando bardea o algo se le va de las manos. También, cabe suponer, Darín podría ser irónico, pero en todo caso, lo que no tiene discusión es su coherencia discursiva, parte de su carisma y su inteligencia, tal vez, que hace que lo querramos en el Fútbol de los Jueves, en el asado del viernes, en el bar del sábado, en las pastas del domingo, en la carpa de al lado en Punta Mogotes, primo, vecino, compañero de laburo y hasta (o sobre todo) jefe. Por eso, habla otra vez Darín y genera inmediatamente, como un tornado que envuelve palabras sencillas y pacíficas, ingenuas e inteligentes, otra ola inmensa de pérdida de tiempo.
Muy a su pesar.
Incluso este texto, que manifiesta que no quiere hablar de Darín, habla de Darín.