lunes, enero 21, 2013

Los perros


Janet y Fiona


Una vez, no hace mucho, estábamos con N. en una hermosa zona arbolada de Buenos Aires, tirados sobre un pareo. En un stop de nuestra salida en bici frenamos ahí, tomamos agua y fumamos marihuana y a mí un pájaro, presumiblemente una paloma, por el tamaño de lo que dejó salir, me bañó en su mierda una vez y otra a los 5 minutos de la primera. En la cabeza y el cuello y en la pierna.
Fumados, cagados, y a la sombra de unos sauces llorones en los bosques porteños, nos pusimos a mirar con detenimiento a la gente que paseaba junto a sus perros. Yo le dije a N. algo bastante obvio: que los perros y sus dueños sufren o gozan muchas veces de la mimetización. Se lo dije después de que pasara una rubia alta de músculos torneados al trote junto a su labrador amarillo; corrían como si se los viera en slow motion y HD, como si estuvieran haciendo una publicidad de comida para perros o para rubias, que al cabo es lo mismo. 
Después se nos cruzaron un hombre que caminaba medio encorvado junto a una especie de bulldog avejentado, ojeroso. Finalmente, al rato, venía una pareja con otro labrador, esta vez marrón chocolate, medio hiperquinético, probablemente adolescente, que corría para un lado y otro, que vino y nos chupeteó la cara y se tiró en el pareo y casi mea mi bici (ya, con la mierda de las palomas era demasiada humillación del Reino Animal para un solo día así que lo ahuyenté de un grito que salió de mis genes medievales) y que de en esas vueltas se acercó de manera amistosa a madre e hija y a su caniche blanco con rodete incluido, y cuando la madre vio al labrador lleno de efervescencia juvenil pegó un grito, dio un pequeño salto y alzó con un movimiento de atleta su caniche, que temblaba, aterrado, esperando el mordiscón de un rotweiler que no existía, sin voz para decirle a su dueña "te odio, hija de puta".
Entonces N. me miró, con sus ojos chinos, y me dijo que los perros eran los animales más inteligentes de la Tierra, a excepción de los humanos, que por cierto eran los pobladores más inteligentes de este planeta (lo dijo así). "Los perros la vieron antes que ninguno", se reía N. "Mirá las vacas, entregadas a morir para alimentarnos, no dicen ni mú, salvo en la India y no sé dónde más, las vacas son muy boludas, mientras que los perros la tienen de arriba: los bañan, les lavan los dientes, les dan un lugar en su cama, comida balanceada, los alzan ante el peligro, los llevan de vacaciones, los acarician y hasta les entregan el cuerpo de otro perro para que hagan el amor".
En los últimos tiempos leí en varias publicaciones hermosos textos sobre la relación de los hombres y los perros. En la sección Mundos Intimos, de Clarín, el poeta, narrador y periodista Fabián Casas describió cómo le cambió la vida la relación con Rita: "Rita salta y agarra en el aire el frisbee , Rita duerme a mi lado, Rita me escucha narrarle –propulsado por el whisky nocturno– una historia que posteriormente será un relato para chicos, Rita me despierta apoyándome su pata en la cara para que salgamos a pasear y distingue cuando hago un bolso para irme al trabajo o para ir al Dojo a hacer karate. Suena el motor del ascensor y Rita, por la forma de moverse,sabe que sube un conocido (¿qué percibe, el olor, los ruidos particulares?) pero nunca falla: da la sensación de que Rita tiene wi fi"
En Radar publicaron la carta que escribió en su blog el escritor británico Neil Gaiman cuando murió su perro Cabal: "Eramos una extraña pareja, los dos fascinados y deleitados con el otro. Los dos protectores".
Y también circuló por ahí el texto que nos escribió a los sudamericanos la bella cantante y pianista Fiona Apple, excusándose por no venir, pues su perra se moría y ella quería estar ahí hasta el último segundo. "Es mi mejor amiga, mi madre y mi hija y mi benefactora y es la que me enseñó lo que es el amor. No puedo ir a Sudamérica. No ahora.".
Y yo entiendo a N. y tiene razón, los perros no son ningunos boludos. Pero los humanos tampoco, hay algo en ese relación que supera nuestra capacidad cognitiva, algo ancestral, algo que responde a un instinto que no manejamos y que nos lleva a unirnos a los perros, a buscarnos el uno en el otro y acompañarnos y pasar el rato que son estos años acá, en lo que en una época era el peligroso mundo de los animales salvajes (para el que los perros servirían de alerta y protección) y "ahora", de unos cuantos siglos a esta parte, es el peligroso mundo de nosotros mismos, los hombres y mujeres de la ciudad salvaje.

Hay suficiente tristeza en la vida
por hombres y mujeres para colmar nuestros días
Y cuando sabemos que las reservas rebosan de tristeza
¿Por qué buscamos añadir aún más?
Hermanos y hermanas les pido que reflexionen antes,
De darle su corazón a un perro, para que lo desgarre.
Rudyard Kipling*

*El fragmento es citado por Neil Gaiman en su carta dedicada a Cabal.

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