sábado, febrero 09, 2008

Hojas de menta entre los dos

Abre los ojos grandes, los entrecierra. Mira inclinando la cabeza para un costado, tal como hacen los cachorros cuando empiezan a descubrir el perverso mundo de los humanos. Pero ella mira sin inocencia, con la profundidad de las mujeres acostumbradas al calor de la selva dentro suyo. Sonríe. Siempre lo hace.
Su pelo fino cae hacia un costado de su frente. Detrás, muy detrás, el lunar que ella no sabe que tiene a centímetros de la oreja izquierda huele a cielo azul. Es pequeño y claro. Una pelusa le pasa por encima y lo hace casi imperceptible.

Ella le pide que le ponga un nombre al lunar. El ya sabría qué decir.
Debe ser el único lunar que tiene, juega, porque no tiene lunares. A él le gustaría decirle te los inventaría. Lo piensa, lo calla. Ella le exige que imagine entonces dónde estarían sus lunares y que le cuente. Acepta, con la parodia de la solemnidad.

Ella abre los ojos, los entrecierra. Mira, inclinando la cabeza hacia un costado y sonríe, mordiéndose los labios con malicia, acariciando unas hojas de menta apoyadas sobre la mesa, solitarias entre los dos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te dejo un abrazo desde esta parte apinguinada del mundo....saludos
Cui
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