viernes, noviembre 20, 2009

Doris

Toda luna, todo año.
Todo día, todo viento,
camina y pasa también.
También toda sangre llega
al lugar de su quietud.
Chilam - Balam
Doris tiene algo parecido a un bar pero mucho más humilde en la playa Manzanillo, un rincón de mar verde, selva y arena blanca sobre el Pacífico mexicano sur, en Puerto Escondido. Para ella, Manzanillo es "la segunda mejor playa de Escondido". Llegar aquí significa bajar unas escaleras empinadas, de piedra amarilla, entre la vegetación densa, con el mar apareciendo misteriosamente.
Doris me señala una especie de morrito bajo en una de las puntas de esta pequeña playa. Me cuenta que detrás de esas palmeras se encontraron tumbas precolombinas de antepasados de la más alta escala social. Y que hace unos ocho años, un pescador del pueblo tomó y se llevó una de las calaveras del lugar ancestral. "Y al poco tiempo murió".
"No pudo con su culpa, con el temor de estar profanando una tumba sagrada", relfexiona, y refriega sus manos en un trapo que le cuelga de la cintura. Yo le digo lo que estoy pensando; sugiero que ésa debe de ser la verdadera Fuerza.
"Sí, el poder de la mente", asiente a los ojos.
Después de un silencio mirando al mar, Doris concluye que aquí en su pueblo la gente está perdiendo los valores. Que hace 40 años el trato entre ellos era diferente. Y no sólo eso: "Pretendíamos pensar".
Ahora, ingenua pero sabiamente, entiende que es la era de lo rápido, de lo inmediato.
Depués calla otra vez. Me mira a los ojos de nuevo, con los suyos, negros, milenarios.
"La tele gobierna las mentes, pues", se le sale de la boca.
Entonces maldigo en silencio a Doris. Me olvido de repente del paraíso. Vuelvo, fatídicamente, a las cosas de mis días, a la locura, a la máquina que todo lo tritura cotidianamente y casi nadie se da cuenta.
Doris, allá lejos, sí lo nota. Tal vez sea por el mar. Sólo por eso.

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