viernes, enero 22, 2010

Una tarde por la calle Bucareli

Todos esos días en los que las hojas y las letras me agarraron del brazo hasta ponérmelo morado, y yo -como antes con Horacio Olivera y otros tantos (anti)héroes de mi literatura- deseaba ser Arturo Belano pero en realidad lo que estaba queriendo y sufriendo era escribir como Roberto Bolaño, escribir mis Detectives Salvajes o aunque más no fuera una línea de esa tremenda novela, todos esos días, digo, también pasé por un México DF que no conocía pero que empezaba a transitar.

Belano y Bolaño me pasearon por el Paseo de la Reforma, por la Zona Rosa y, sobre todo, me sentaron en una silla del Café Quito, en la calle Bucareli, donde García Madero se juntaba ansioso con los poetas realvisceralistas.

Y un día llegué a la Ciudad de México. Y uno de esos días, en los que caminaba perdido y exhausto por el Paseo de la Reforma, decidí perderme hasta encontrar la calle Bucareli.

Caminé buscando el Café Quito, entre una seguidilla extraña de talleres y casas de repuestos de autos, veredas manchadas de aceite, menos parecidas las cuadras al DF que a las calles interiores de Sarandí. Diez, veinte cuadras y nada. Encontré un café que daba para eso de "un poco de mugre y sillas vacías donde podrían esconderse un personaje así y su creador", seis mesas vacías, una ocupada con dos hombres transpirados, mirando en silencio la televisión.

Pero el café no era Quito ni nada que supusiera ni una tibia relación con Ecuador. No tenía nombre. Así que pensé definitivamente, que el Quito en cuestión habría desaparecido, o que jamás existió.

Ahora, atrapado por el cinismo, aguardando una catástrofe o que no pase nada, pasada la medianoche en la vacía y enorme redacción de un diario, con televisores encendidos que nadie ve, con presentadoras de (malas) noticias que nadie escucha (porque no hay nadie), con el fantasma del periodismo, muertecito, cuerpo caliente, dando vueltas por mi consciencia, indago en las letras chilenas.

Empiezo por Lemebel y enseguida doy con una foto suya junto a Bolaño.

Y, todo tan hipertextual, de ahí vuelvo al autor de 2666 y entonces, un año después me entero por la wikipedia que el café Quito era el café La Habana en realidad, una ficcionalización más, nomás. Y me entero de algo mucho peor: que en el Café La Habana no sólo se sentaba Bolaño. También lo frecuentaron Octavio Paz y Carlos Fuentes y Fidel y el Che pensaron allí la revolución cubana.

Bucareli y Morelos. La esquina exacta de una calle que caminé entera, la esquina que no ví, que ignoró mi desconocimiento.

Entonces entro al google maps. Y escribo: "bucareli y morelos". Y hacia allí me lleva de nuevo esta temible modernidad del street view, en la que uno puede caminar, ver y en un par de minutos sentir cada rincón de cada calle.

Y ahí lo ví: el Café La Habana, y toda su fealdad moderna, su espacio, su lejanía con mi imaginación desmesurada.
El Café La Habana. El mismo lugar donde entré y pedí permiso para ir al baño. Y del cual me fui, rápido, para seguir buscando el Café Quito, antes de que se hiciera de noche.


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