viernes, julio 14, 2006

Maldiciones

Siempre sospeché que ese mote, esa antojada crucifixión hacia algunos personajes populares y no tanto, era pura maldad, ensañamiento, o una broma de mal gusto que nació como una joda y que el “boca en boca” transformó en leyenda. Desde pibe dudé del daño a la Humanidad que se dice que provoca el famoso mufa. O piedra. O yeta, o como se lo quiera llamar.
Por eso, por mi vacilación, me mantuve igualmente del lado acusador. Y bajo una conducta casi religiosa, ante cada peligrosa aparición, o cuando su nombre se escuchó, procedí metódicamente a exorcizar el maleficio con el breve pero consistente acto de tocarme el testículo izquierdo con mi mano derecha. Sin embargo, a pesar de mantener mi fidelidad al credo, en los últimos tiempos (meses, digamos) empecé a plantearme mi injusto acto y a descreer un poco de esta especie de leyenda sobre demonios urbanos. Me pregunté: "¿Si yo no creo en la existencia de Dios, ni siquiera creo en mí, por qué he de creer en estas pelotudeces?"
Así comenzaron los intentos por librarme de ese movimiento casi masturbador, bajo la pretensión de ignorar algunas señales, como las que se me aparecieron este sábado, el día del debut en mi nueva vida sin prejuicios. La reacción fue inmediata: salí de mi casa y ante el primer riesgo, sobre la avenida Juan B. Justo, me choqué con una sucesión interminable de carteles que anunciaban el show de una famosa cantante melódica (a quién no voy a nombrar por obvias razones cabalísticas) con nombre de “hecho natural y metereológico” que surge del choque de masas de aire caliente con masas de aire frío: Storm, en inglés (y lo digo sin miedo porque nadie me aclaró que la maldición cruce las fronteras del idioma, así que me amparo en las costumbres anglosajonas, esa gente tan racional). A pesar del colapso visual y mental, y de la fuerza que hizo mi mano derecha por acariciar sutilmente mi zona reproductiva, traté de ser fuerte y logré vencer a la tentación.
A los 200 metros apareció otro cartel similar y en una seguidilla parecida, con un personaje famoso por irradiar catástrofes a su alrededor, según dicen los expertos en la materia. Este señor, conocido como Cacho “Almendra” (famoso sex symbol de otra época, especie de grasa semental porteño, aparentemente, ahora fetiche de la gente cool de Buenos Aires) me miró de reojo, desafiante. “Logré sentir un irónico ‘a ver pibe cómo zafás de ésta’ que salía de su sonrisa. Pero me esforcé y continué con mi nueva conducta agnóstica.
Algunas horas después, ese mismo sábado, pero a la noche, me topé otra vez con el mismo cartel, pero adentro de un teatro donde se anunciaba su show a la espera de la música de Spinetta. “¿No te tocás ahí?”, me dijo un amigo, sorprendido ante mi indiferencia. No le contesté. Pero logré superar el intento de bloquear el supuesto maleficio y afortunadamente mis testículos permanecieron durante esa noche, y por primera vez en muchos años, intactos.
Tenía la grata excitación de haber madurado. Me sentía pleno. Pero aquella extraña sensación de bienestar fue tan breve como la ilusión que me generó la inocencia de estos siniestros personajes.
Debo reconocer que enseguida me di cuenta del error. Cuando llegué al auto y vi el vidrio roto, convertido en miles de astillas sobre las butacas y el tablero, y desde el agujero negro donde antes estaba el estéreo salían los cables de colores como tentáculos descontrolados, admití mi falta de respeto.
Señores, prometo no volver a subestimar a las divinidades del mal. Nunca más.
In Cacho we trust.

4 comentarios:

Sebolla y Queso dijo...

Lo que tiene de maravilloso, ocurrente, gracioso e hipnotizante este texto, es directamente proporcional al tamaño de la estupidez que significa creer en mesejantes maldiciones.

Anónimo dijo...

Lo peor de no respetar el estigma de tocarse un huevo, es que también uno mismo puede generar el maleficio. Preguntale a trompita, sino...

Anónimo dijo...

Mis amigos siempre se mofaron de mis enojos al escuchar de su boca los nombres innombrables. “Sos un tipo inteligente”; “Parece mentira, che, vos creyendo en esas cosas”, solían decir y siguen diciendo a pesar de conocer la tristemente ilustrativa historia que voy a relatar. El martes 13 de junio de 2006 –la fecha no importa en realidad, sólo pretendo destacar que se trataba de un martes 13- me junté con unos amigos para jugar el campeonato de fútbol. Como siempre, íbamos en el auto de Hernán: un Renault 12 destartalado. Al subir, tuve que llevar por primera vez mi mano al bajo vientre. Mis amigos hablaban de un cantante que tiene una pata de palo, cuyo hit “Tabaco y Ron” sonó hasta el hartazgo en Grandes valores del tango. Johnny Heart Ramón para aplicar la regla del traspaso de idioma. En el camino vi un cartel de Cacho de Buenos Aires, con mirada desafiante y sobradora –para mi que el tipo las pone a propósito para asustar a los crédulos-. Dos tocaditas preventivas. A metros de llegar al lugar, mis amigos, viendo mi cara de preocupación ante la presencia de tanto piedra, empezaron con el show: “-Che, ¿Y cuál otro es yeta” "–El de los colchones, el conductor de televisión”, y venía el nombre, sin culpa ni cargo. Alguno, en el afán de desestabilizarme, sugirió que el periodista Carlos Juvenal también tenía el nombramiento censurado. Ya cuando estaba en la cancha, precalentando, me sentí seguro. Pero me equivoqué. El primer pique, solo, corriendo una pelota al vacío, me rompí los ligamentos cruzados. Y mis amigos me siguen cargando…

Anónimo dijo...

Creo que fué graciela, la que se tocaba un pecho por las dudas..

yo la banco, cuando pasa algo, la manito al pecho izq. " quien dice quizás sea cierto no? "