Hojas de un libro viejo de Italo Calvino que pasan mientras cae definitivamente el sol.
Una mirada celeste o verde (¿podrá el hombre alguna vez conservar los rostros de su vida para siempre?), el abrazo sobre su piloto esmeralda para la lluvia. Una tarde de elecciones con pantalla roja de Crónica TV y amigos riendo. El mejor submarino de la ciudad. El malhumor de los tres gallegos. El firulete del vidrio, la silla gastada, la espera. San Telmo. El pasado. Decenas o cientos de rostros solitarios. Una mujer que llora abrazada a una cerveza caliente. Un perro meando la vereda. Café con leche y dos medialunas, por favor.
Un bar, un símbolo.
Buenos Aires (alma de piedra, diría Spinetta) hoy cierra una herida.
Y entonces volveré un domingo a Defensa y Brasil. Cruzaré otra vez la doble puerta del Bar Británico.