Está sentada con sus padres (podrían ser sus abuelos, también) en una de las mesas de un vértice de la confitería. Toma una Sprite y revuelve el líquido con la pajita. Lo hace todo el tiempo y cuando para, es para brindar con su padre.
Es la cuarta vez que los veo chocar los vasos en apenas 10 minutos. Se miran a los ojos, y chin chin. Sonríen.
Tengo la sensación de que, cuando tu hijo padece el síndrome de Down, el amor se multiplica como un brindis en Año Nuevo.
3 comentarios:
No es una sensación. Fuerte y sensible "absurda" disquisición del autor.
:)
Tan solo pasaba por aquí...
precioso texto.
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