martes, junio 13, 2006

La Paz

La Paz es algo ya contado. La Paz es una ciudad con dos o (más)caras. El mundo que gira dentro de este pozo rodeado de montañas tapizadas por casas sin terminar (absolutamente todas quedan a medias, con el naranja del ladrillo hueco brillando en el atardecer, con ventanas vacías o segundos pisos que nunca serán) y atrás ese cerro nevado para siempre (del olvidé el nombre varias veces), decía que el mundo que gira por aquí es capaz de oprimirte el pecho hasta sentir el tórax en la espalda.
Los 3600 metros sólo se notan en las calles cuesta arriba (una amiga griega dice que aquí uno recuerda los sueños a causa de la altura. No intenté pedirle una explicación científica al respecto y tampoco creo que sea tan importante saberla). Entonces la opresión no es la altura: son los minibuses tocando bocina, atropellando gente, gritando desde una ventanilla mal cerrada su destino. Son los policías por todos lados y los falsos policías por todos lados. Es el olor a frito, el olor a pis, las campanas desafinadas de una vieja catedral, los perros peleando en la puerta de la Casa de Gobierno mientras Evo pelea por otra corona en Viena.
La Paz te oprime y te abre los ojos. Te invita a pasear con ella. Hay que caminar con los ojos abiertos en La Paz (y con la mochila adelante) para no tropezarse con alguno de los puestos ambulantes que hay en todas-todas las calles, pegados unos a los otros. Porque en aquí --como en Lima-- no existen los kioscos, ni creo que se conozca la palabra. Pero en la calle uno puede comprar lo que sea y al mejor postor: peines, pilas, chocolates, bufandas, lentes de sol, libros y bombachas, desodorantes y shampoo para la caspa. Se puede llamar por teléfono (uno como el que tenemos en casa) parado en la vereda, a un metro del cordòn (sí, la pregunta es exactamente esa: ¿¡cómo conectan la línea!?).
De día en La Paz hace calor, pero nadie va a venderte una cocacola fría. Las casas de comidas no enchufan las heladeras. "Si está fría, amigo", te explican como sollozando.
Pero hay algo en La Paz que es como un imán. Tal vez sea la combinación de todo: la opresión, el caos, la altura, el sol y las noches frías. Y las estrellas y las luces de las calles asomando en los cerros, que parecen duplicar la Vía Láctea.
Siento que La Paz es una de esas ciudades a las que uno les empieza a sentir un amor desesperado cuando las deja. Siento que voy a extrañar la poca paz de La Paz.
O será que mientras escribo, el sol se derrite por última vez detrás de la inimaginable pobreza de El Alto. Quizás es que es sábado y el señor que comparte el banco de la plaza Murillo conmigo se quedó dormido con el diario abierto, bajo un silencio encantador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy acertados los comentarios y también representativos, la verdad que estuvieron interesantes pero estoy seguro que La Paz no es solo eso sino que existe otra ciudad que se encuentra fuera de esa desorganización y que te garantiza mucha PAZ. Se ubica en el sur, creo que sería interesante conocerla y se llama LA PAZ.

Un abrazo

Rei