martes, julio 03, 2007

Lo bello y lo triste


Lo encontré sin buscarlo pero inevitablemente: era el único lugar abierto a esa hora de la madrugada en Tilcara. El aire tan helado, la sombra del cerro negro, la noche clara, todo eso de lo que me habían hablado estaba ahí y me tenía un tanto abstraído de mí mismo. Caminaba con la barbilla erguida. Pero hacía frío así que enseguida entré al lugar de las luces amarillas. No recuerdo el nombre; pero sí que sólo dos mesas estaban ocupadas, por una mezcla equitativa de franceses y tilcareños.
Con el codo sobre la barra un borracho balbuceaba bajito y miraba, como todos, al hombre que estaba sentado en un tablón largo pegado a la pared y que jamás sacaba sus ojos rasgados de la guitarra; salvo que fuera para encontrar el vaso de vino o para agradecer con una sonrisa casi impercetible los elogios como familiares.
Su manera de tocar tenía la cadencia que tiene todo en la Quebrada de Humahuaca.
Cada tanto, los chicos que estaban sentados a su derecha (serían dos o tres) llevaban el sikus a los labios y soplaban ecos ancestrales para acompañarlo. En otros momentos, el hombre de la guitarra sorprendía: Par mil, de Divididos, y Blackbird, esa mítica canción del Albúm Blanco de los Beatles. Se escuchaba la manera de rasguñar las cuerdas, cómo respiraba por la nariz, o sentía esa música lejana tanto como la suya, la nuestra, a través del trance de sus gestos. No recuerdo si entonaba con la voz esas canciones, o sí sólo emprendía el viaje a través de la melodía y eran los presentes los que lo acompañaban.
Apenas después del paso por el rock, alentó el baile improvisando dos sambas y tres chacareras. Y los tilcareños invitaron a bailar a los franceses, y la barra quedó vacía de borrachos y todo en el pequeño espacio entre las mesas pareció una orgía exótica pero sin tacto.
El hombre de la guitarra sonreía satisfecho, siempre con los ojos sobre el diapasón, como todas las veces, todos los años que volví a cruzarme con él en el bar que estuviera abierto. Mirando cómo sus dedos hacían lo de siempre, lo de cada noche, un poco por gusto, un poco porque era todo lo que él podía dar; nada menos que música.
“En la Puna cada ruido merece su atención. Yo los escucho, me inspiro y los musicalizo”, leí que dijo alguna vez.
Ricardo Vilca murió el 19 de junio en San Salvador de Jujuy, días después de ser internado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Celebración de la voz humana/2

Tenían las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos
danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban
encapuchados; pero inclinándose alcanzaban a ver algo,
alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos
conversaban con las manos.
Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión
aprendió sin profesor:
- Algunos teníamos mala letra- me dijo-. Otros eran unos artistas de
la caligrafía.
La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que
uno, que cada uno fuera nadie: en cárceles y cuarteles, y en todo el
país, la comunicación era delito.
Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios
calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el
estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores.
Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa
soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a
través de la pared. Así se contaban sueños y recuerdos, amores y
desamores; discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían
certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas
de esas que no tienen respuesta.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la
voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por
las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque
todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que
merece ser por los demás celebrada o perdonada.

"El Libro de los Abrazos" Galeano

Nose..leí y me acordé de este "cuento".(De todas las formas que tenemos de comunicarnos, ya sea la musica, los gestos, las manos) Me parece que limé...
Besos Alejandra.

Fero Soriano dijo...

Gracias, che.