jueves, mayo 22, 2008

Libertad, fraternidad, igualdad



1. Hace más o menos un año, en París, ocho policías se quedaron solitos arriba de un colectivo... conmigo. Yo estaba sentado en el tercer o cuarto asiento, volviendo de deambular por Champs Elyseès. Eran cerca de las 2am y lo único que me acercaba al departamento donde vivía era un bus nocturno que terminaba en el bello Montparnasse. Lo policías pidieron boleto como acá lo hace el chancho. Eran siete tipos grandotes, de corte de pelo militar, vestidos con un mameluco azul, borceguíes intimidatorios y caras de malos a pesar de sus ojitos celestes. El jefe de la banda era moreno. E iba vestido de civil. Recuerdo su chaqueta marrón, parecida a esa que usaba De la Rúa en plena campaña presidencial.
El poli moreno no tuvo muchas dudas al momento de intimidarme: empezamos hablando en inglés, la cosa siguió con traductora: una chica hija de ecuatorianos les decía que yo no tenía boleto porque pensaba que se usaba el mismo que para el métro. Es decir, sí tenía boleto, pero uno usado. A ellos no les importó mi excusa y les empezó a molestar que los jóvenes del bondi parisino se empezaran a quejar del maltrato. Entonces los bajaron a todos. Una chica bastante bonita alcanzó a pedirme perdón: perdón, pensé, en nombre de las libertades individuales por las que tanto se había luchado históricamente en Francia --Liberté, Fraternité, Igualité--.
Una vez solos (y el chofer, al que yo sentía como una especie de entregador inmutable a mis súplicas) el policía moreno me dijo algo así como estás en Francia y acá se habla francés así que vamos a hablar en francés. Ahí se terminó todo. Hace un año no sabía nada de francés y aún sabiendo no hubiera podido sostener una discusión sin sentido con un policía. Me bajaron del colectivo una vez que decidieron que no iría preso y después de darles 35 euros, a cambio de un recibo legal y todo.
Volví caminando de Montparnasse a la casa donde vivía, en la rue de Commerce y pensaba en lo que me había dicho la dueña de casa, Armelle, ante la reciente victoria de Sarkozy, con su pasado de traductora de Mitterrand en la solapa de su ideología, y años de infancia en Lima, Perú: "Ahora estos hijos de puta no van a dejar tranquilo a nadie. Francia es una mierda".
Yo, en cambio, pensaba en el policía negro, en sus abuelos dueños de una tierra africana o latinoamericana, explotados, esclavizados y oprimidos por el colonialismo de hasta no hace tanto. El moreno que ahora sólo hablaba francés, el idioma de "su" país, que lo hizo policía para perseguir probablemente a otros hijos y nietos de esclavos o inmigrantes, que es más o menos lo mismo.

2. Y hoy los diarios cuentan algo que se sabía que pasaría: Silvio Berlusconi, flamante primer ministro conservador italiano (y dueño del Milan), consagró como delito penal la "inmigración clandestina". La xenofobia no tiene límites en Italia: las penas para los inmigrantes clandestinos serán más duras, se les pondrán pulseras electrónicas y habrá cárcel y multas para los italianos que les den casa o trabajo. Y yo pensaba que claro, la familia de Berlusconi no habrá sentido la necesidad de escapar de la península como tantos millones, como tus abuelos o los míos, la mano de obra ociosa de un país en ruinas que dejó todo y cruzó a este lado. O sí.
Las puertas de Italia se cerraron hoy. Con todo su pasado --y su futuro-- adentro, presa de la ignorancia.


*foto tomada por el autor del blog

1 comentario:

EL CHIRLERO dijo...

Vencida por la burocracia y la impotencia, volví. Decidí dar la espalda al fascismo italiano. Seducida por la calidad de vida de sus campos y rechazada por la elite inculta de sus ciudades.
Lo lamento. Tanto.
(Los €45 que más me dolieron… cazzo que subestimamos la organización internacional de chanchos)