1- ¿Y si el mundo hubiera sido conquistado al revés? ¿Si Chapakutec, el gran emperador Inka, hubiese invadido las tierras de los borbones y flamencos y sometido en las mitas a los burgueses de la Vieja Europa? ¿Qué sería de las rubias y de su andar tan codiciado?
2- Uno no puede pretender enamorarse de una francesa, una sueca o, incluso, una brasilera. El amor hace raíces sobre la tierra que uno aprendió a pisar. Las demás son cosas que pasan solo en la literatura, el cine o en vidas de personas demasiado afortunadas.
3- ¿Por qué habría de querer enamorarme yo de los ojos de esa sueca o danesa que está sentada frente a mí y nunca me miró en los 30 minutos que llevo desnudándola, besándola, diciéndole cosas chistosas en el sueco o danés que nunca aprendí? Esa perfecta simetría que forman sus labios, su nariz tallada a mano o sus ojos ordinariamente nórdicos no son razón suficiente para que yo intente vanamente concentrarme en esto que escribo a ciegas y en mi desnutritivo sandwich de palta y pollo, al ritmo de una música que hace las veces de revolvedor de estómago.
4- Es mejor que no me mire esta escandinava de pelo negro y piel blanca. Mientras nuestros ojos no se crucen, mientras ella siga jugando con los restos de jugo de ananá, absoribiendo y soplando el sorbete blanco y celeste, y yo mantenga de manera poco astuta la mirada sobre este papel, nada puede pasar, no hay peligro de derrumbe. Si ella notara mi perplejidad ante su estética figura y me regalara un segundo de su vista, todo este palabrerio se desmoronaría como una catedral vieja. Y yo no me perdonaría nunca no haberle sonreído, en este instante decisivo que tienen las vidas y los fracasos.
5- Tal vez sea yo una especie de fantasma deambulando por La Paz (ciudad caótica y extraña, de falsos taxistas, falsos policías, libros y cd's truchos, fetos de llama disecados esperando ser comprados por quién sabe qué ser "humano" y cholas cargando en sus espaldas la falta de culpa de los pocos ricos que viven al Sur de la realidad). Veo un cartel del otro lado de la calle: "Mercado de las brujas". Acabo de caminar por allí y tal vez algún hechizo me hizo esa chola disgustada por mi persistente y poco exitoso regate.
6- No. Existo. Fatalmente existo. El mozo me trae la cuenta.
7- Y esta muchacha vecina del Polo Norte, que ahora descubro que lee "Reise Degbok. Vol II", no sólo no cambió de parecer respecto de mí; ahora me da la espalda.
8- Hace frío y hace calor en La Paz. Pago y me voy.
2 comentarios:
La deidad del sol, la soledad.
Es tremenda como te mira, la soledad, y te desnuda hasta dejarte seco y triste en medio de una ruta que no tiene sombras ni luces ni camino por iluminar.
Es certera, y por millas sideral, la precisión de las palabras solitarias cuando ocultan, en el aire de las alturas, la pasión de volar entre medio de pastizales verdes, escalonados, más verdes aún y nuevamente grises; al final y sin destino, cuando el sol cae y el imperio duerme.
Muero un segundo y los minutos entran en eclosión sólo por ser discriminados antes de tiempo. Eso le pasa al corazón que no escupe: muere a gorgoteos mientras suplica un latido monotono.
Esa percepción, la del amor fugaz detrás de una ventana de litio, cala los huesos y despoja los caminos de la rara astucia que tienen los hombres para contarle a otros que una curva bien definida vale la condena de una vida.
Porque del otro lado, cuando mirar no cuesta nada más que mirar para pestañear sin dejar de observar, la soledad aturde la vida, carcome la piel, se entremezcla con la simbiosis de mis virus esporádicos, de mis escapes absurdos, de tus imágenes alocadas, tus paisajes multicolor, tus rayos de sol entrando en la lente digital.
Esa soledad que te atraviesa el alma también te muestra entero, erguido, perenne ante el dolor. Y el dolor, amigo, el dolor es todo lo que no: lo que no te gustaría, lo que no querrías, lo que no sirve, lo que no ama, lo que no muere, lo que no perdura porque no tiene existencia alguna.
Muchas veces hablo con la soledad y sé que estaría encantada de vivir. Eso me parte al medio. Y lo peor es que, tan escéptico que soy, sólo cuando me quiero morir aparece su imagen, su voz, su calor cerca, rodeando mi ropa, entrando en mis cosas, tomando mis cuadernos, inundándolo todo de un sentido. Al menos uno que me sirva para seguir.
La noche culmina en un trance de boca abierta. La saliva cuelga rotunda desde la comisura derecha. Una voz me cuenta cosas que no pedí: yo le doy bola, sólo por dormir.
Hola Fero, soy Pili, de TEA. Me gusta tu blog, muy bueno. Pero tengo que discrepar en algo: es posible enamorarse de un extranjero. Yo me enamoré perdidamente de un asutríaco. Quién lo hubiera dicho. Besos!
Publicar un comentario